La
vida siempre nos ofrece oportunidades y, en lo que al amor se refiere, cualquier
edad es propicia para que estas se presenten. Entre los 50 y los 60 años, la
mayoría de las personas han atravesado una considerable cantidad de experiencias
diversas: casamientos, divorcios, separaciones, o viudez. La vida es
movimiento, las personas cambian, los vínculos también, y por una u otra razón,
lo que una vez fue se ha terminado.
Todo
depende de cómo cada persona haya capitalizado sus experiencias pero, en
general, suelen aparecer las ganas de volver a enamorarse. Quienes toman lo vivido
como aprendizajes no piensan en términos de fracaso y ven en un nuevo amor la
oportunidad de poner en acto lo aprendido. Por esto, cuando se inicia una
relación en esta etapa de la vida, la construcción de un nuevo vínculo suele
encararse con más realismo, sabiduría, paciencia y cuidado.
Las
probabilidades de que una persona se enamore dependen de una combinación de
variables: estar disponible, encontrarse con la persona que sea capaz de
despertar ese sentimiento y que este sea correspondido. Podríamos sintetizarlo de este modo: estar en
el lugar indicado, con la persona indicada, en el momento indicado. En este sentido,
algunos tienen más suerte que otros, están más abiertos a que les suceda o se
esfuerzan por generar oportunidades.
Si
el encuentro genuino se genera, no hay edad límite para experimentar las
sensaciones que provee la etapa de enamoramiento, esa cumbre química en la que
nos invaden fuertes sensaciones corporales y nos sentimos enajenados por el
otro, pero no debemos olvidar que ellas constituyen solo una etapa en la
construcción de un amor maduro, el cual necesita desligarse de la ilusión de
que el otro sea como uno desea e implica la aceptación de como es en realidad.
Groucho
Marx, en su autobiografía Groucho y yo, comenta: "… el verdadero amor
aparece sólo cuando se han amortiguado las primeras llamaradas de la pasión y
quedan sólo las ascuas. Este es el verdadero amor, que guarda sólo una relación
remota con el sexo. Sus partes integrantes son la paciencia, el perdón, la
comprensión mutua y una gran tolerancia hacia los defectos ajenos. Creo que
ésta es una base mucho más firme para la perpetuación de un matrimonio
feliz".
Pasados
los 50 las personas suelen estar más allá de prejuicios y mostrarse como son.
Se acercan a una relación con su bagaje de experiencias con todos los
beneficios y lastres que esto conlleva, y esperan ser aceptados con lo que
cargan en su mochila. Del mismo modo, aquellos que valoran el hecho de
comprometerse en un vínculo amoroso, también están dispuestos a aceptar lo que
el otro trae.
Las
expectativas son más realistas por lo
que se valora la empatía, la seguridad, el compañerismo, poder confiar,
compartir lo posible, divertirse juntos, y el respeto por las individualidades,
diferencias e independencia. Ya se ha aprendido que no se puede predecir el
futuro por lo que la esperanza se cifra en permanecer juntos mientras el deseo
y el afecto estén presentes.
Lic. Alicia López Blanco
Psicóloga
Clínica y Escritora
Autora
de: “La salud emocional”, “Mujeres al rescate” (Paidós), y “Estar
Mejor” (Ediciones B)
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