Las separaciones son pérdidas que afectan la propia
percepción, identidad, posición existencial y modo de concebir la existencia
hasta ese momento. ¿Cómo sanar las heridas? ¿Cómo podemos las mujeres restaurar
la propia vida después del divorcio?
Las posibilidades de lograrlo están en
estrecha relación con las expectativas. Si pensamos que las cosas son para
siempre, como si el ‘siempre’ existiera, la frustración nos acompañará a cada
vuelta del camino, pero si entendemos la vida como un proceso colmado de
ciclos, atravesaremos esa instancia con la esperanza que generan las nuevas
etapas.
Así como todos los seres vivos tenemos un
principio y un final, las relaciones también las tienen, o al menos cumplen
ciclos de nacimiento, crecimiento, meseta, declinación y muerte. Luego de esto,
si el afecto está presente, puede sobrevenir un renacimiento ligado a una
renovación, pero no necesariamente las cosas son así, por lo que es saludable
estar preparadas para los finales y también tener el coraje de proponerlos si
no estamos satisfechas con el vínculo.
Los miedos que se presentan en estas
circunstancias son, generalmente, a no poder solas con lo que sea que haya que
afrontar: el aspecto económico, la crianza de los hijos, el manejo de aspectos
cotidianos que descansaban hasta ese momento en manos del hombre, a perder un
estatus determinado siendo la ‘señora de’, a perder las red social que
compartían con la pareja, a no encontrar otra persona que pueda despertar su
interés, a no saber construir un nuevo vínculo. Todos son válidos y sirven para
alertarnos en el camino pero no tenemos que ponerlos delante para que no
paralicen el nuevo aprendizaje, pues se trata solo de eso, de aprender a estar
en el mundo en un lugar diferente haciendo cosas diferentes.
La paz interior depende, justamente, de
acallar la demanda de que la realidad sea lo que no es, la clave es la
aceptación y el reconocimiento de que uno ‘es’ sin el otro. Si no se toma la
ruptura como fracaso sino como la finalización de un ciclo, las fuerzas para
salir adelante aparecen solas.
En el inconsciente colectivo de las mujeres
está la de ser el sexo débil, una creencia instalada por los hombres para
ejercer la dominación y someternos a lo largo de siglos. Es cierto que muchas pierden
autonomía por obedecer a ese mandato y cubrir la expectativa de los otros pero,
si bien en la mayoría de los casos nuestra fuerza física es menor que la de los
hombres, no es así con relación a la fortaleza espiritual. Las mujeres poseemos
una enorme capacidad para resistir, afrontar, sostener y contener en momentos
de crisis solo que a veces, al no saber que poseemos ese recurso, no apelamos a
él tanto como debiéramos, o no lo hemos entrenado lo suficiente.
Basta con mirar cómo tantas mujeres solas son
capaces de llevar una vida plena para que quede claro que no solo se puede sino
que la vida puede ser aún mejor. Nunca se sabe lo que esta tiene para brindarnos
hasta que no nos atrevemos a recorrer la senda que nos lleva a descubrir nuevas
posibilidades.
Alicia López Blanco
Psicóloga Clínica