martes, 29 de noviembre de 2011

El contacto corporal en las relaciones


El sentido del tacto se encuentra en la piel, nuestro mayor órgano de comunicación con respecto al mundo exterior. A través de sus receptores nerviosos recibimos permanentemente estímulos que nos brindan información acerca de presiones, dolores, temperaturas y texturas. Sin este órgano no podríamos sobrevivir pues él nos proporciona un límite con el mundo y nos protege de las agresiones del medio ambiente.
Es el sentido del tacto el que nos brinda la sensación de realidad. Tal como afirmó Bertrand Russell: “No sólo nuestra geometría y nuestra física, sino toda nuestra concepción de lo que existe fuera de nosotros, está basada en el sentido del tacto.”
El contacto corporal en las etapas iniciales de la vida deja un sello indeleble en el cuerpo:
  1. En etapas prenatales la comunicación corporal es indiscriminada. Si bien el útero aísla y protege al feto, este recibe constantemente mensajes que inciden en su formación y desarrollo, al mismo tiempo la madre recibe los mensajes que los movimientos de su hijo le transmiten. Hay un diálogo cuerpo a cuerpo, una fusión que se prolonga durante los primeros meses de vida.
  2. El nacimiento no representa el fin de la etapa de gestación, es una continuación de la vida intrauterina con cambios fundamentales en la funcionalidad y en el espacio donde continúa el desarrollo. En esta etapa de formación fuera del útero la relación corporal madre/ hijo es de gran importancia para la maduración del bebé. Los mensajes que éste recibe a través de la piel constituyen su primer medio de comunicación con el mundo exterior.
  3. El encuentro con el cuerpo del padre, por la diferente calidad de la energía masculina, lo va a proveer de sostén, seguridad y confianza. El hombre propone un contacto más firme que podemos simbolizar en ese juego usual de los padres con sus niños de lanzarlos al aire y luego sujetarlos firmemente cuando caen. El padre lanza al bebé hacia el mundo exterior brindándole seguridad al sostenerlo y no dejarlo caer.
Según los diferentes escenarios: social, familiar o laboral, amistoso o romántico, varían las maneras de tocar y ser tocado, pues su significado depende del entorno y el momento en el que este tiene lugar. Con relación al tipo de vínculo y la ocasión, el contacto puede sugerir afecto, interés sexual, dominio, preocupación o incluso agresión. Muchas investigaciones han comprobado que cuando una persona toca a otra de un modo aceptable para el entorno y circunstancia en la que el hecho tiene lugar, la reacción habitual es positiva.
Buscar la proximidad, la caricia o el abrazo de los seres queridos constituye una excelente práctica para derribar las barreras defensivas, ya que protege, sostiene y ayuda a descargar tensiones, aliviar el dolor y promover la secreción de endorfinas. Múltiples investigaciones han demostrado su efecto imprescindible y positivo en el desarrollo infantil, y cuánto contribuye a aumentar la efectividad del sistema inmune.
No es lo mismo tocar que hacer contacto. Este último involucra a la atención y la intención, lo que posibilita que se produzca un encuentro, una conexión más allá de las palabras. El contacto implica la presencia simultánea del cuerpo que tocamos y el cuerpo con el que tocamos. A diferencia de la vista o el oído, lo experimentamos en nuestro interior.
En todas las relaciones el acercamiento corporal es un medio para comunicar emociones, sentimientos y pensamientos. La proximidad adecuada entre las personas, y las formas de contacto corporal, varían de cultura en cultura y de familia en familia pero, más allá de lo que se estile en tal o cual sociedad o grupo, el tocarse, besarse y abrazarse es altamente significativo para el desarrollo del ser humano, y  muy beneficioso para la salud de los vínculos.

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